LULÚ*: (Toca timbre y no anda, aporrea la puerta) -Hola, Norita*, te venimos a devolver el colchón.
NORITA: (Sale en bombacha y camiseta, insulta por celular) –Pasen, estoy puteando a mi vieja. (Cierra la puerta tras nosotras con gesto varonil. Invádenos un hondo olor a sueño y gato encerrado.)
YO: (Transpira)- …
N.: (Dice palabrotas, se queda un momento en silencio, abate la tapa del teléfono como si del capó de un Scania se tratara, lo arroja al suelo, me mira con voz de cigarrillo y ojos que gritan) -¿Nunca habías venido vos acá, no? ¿Cómo la estás pasando?
Y.: (Solícita y congraciadora) –Estee muy bien, muy bien, ¡gracias! (Deja en el suelo el colchón tomado en préstamo por Lulú meses atrás. A medida que sus pupilas se agrandan al ritmo de la penumbra reinante, observa en el suelo dos toallones hechos un bollo con un gato encima y yerba húmeda formando montículos bajo la mesa. Crece en ella una indescriptible y tormentosa inquietud moral: el super-yo del limpiescente entra en ignición.)
L.: -¿Qué pasó, nena, cuál fue el problemita con tu vieja? (Nota la cama deshecha y con migas) ¿Recién te levantás?
N.: (Asiente refregándose los restos de delineador con lagañas) -Pasa que la (piiip) de mi vieja y el (piiiip) de mi hermano están allá en el pueblo, y ella no le dice que mueva el (píiiip) y venga de una (piiip) vez a podarme las plantas, y tampoco me mandan plata, y…
Y.: (Detecta en el suelo un hueso de vacío con sus correspondientes moscas, una guitarra semicubierta en papel de diario, espaguetis -crudos y cocidos- regados por sobre las hornallas, un bidón de aceite goteando sobre una pila de platos –sucios-, y se inquieta aún más.)
L.: (Diplomática y agasajante) -¡Pero qué flaca que estás, qué cinturita, nena!
N.: -Ah, es por un novio marinero, venía de seis meses del mar, víteh, entonces chaca-chaca todo el día (se palmea una nalga), má qué dieta, JÁH. (Se acomoda el flequillo stone) Pero este salame que no me corta las plantas, todas las plantas crecidas tengo, un desastre, así están, así, (gesticula) Se van en vicio.
Y: -(Se pregunta cuánto puede empeorar a semejante chiquero un jardín algo descuidado. Va a preguntar algo pero calla, teniendo en mente que su concepto de limpieza no encaja en la media habitual.)
N.: -Pero vení, vengan, mirá las plantas lo que son. (Abre con una patada la reja que da al fondo.)
Y.: -(Observa. Muchas de las incógnitas que habían invadídola en momentos precedentes obtienen respuesta.) (Voz en off) -¡AHH! ¡Con razón!
Días más tarde, yo había vuelto a Buenos Aires.
El hermano de Norita había vuelto a Córdoba desde su pueblo natal, en un punto de las costas patagónicas, lugar de descenso para marineros de buques cargueros. Había ido a ver a su hermana, había cortado las plantas, habían convertido los residuos de poda en efectivo contable y sonante.
Mas la algarabía no duraría mucho. Esa casa del Barrio Jardín –qué coincidencia, ¿verdad?- fue asaltada por un grupo comando que se llevó la plata, la tele, el dvd, el equipo de música, los celulares de todos, la guitarra, varios discos originales de Los Redondos y todo el excedente botánico que pudieron hallar, a punta de itaca y escopeta.
A los habitantes y a su circunstancial visita –Lulú- los encerraron en el baño, amenazándolos con llamar a la policía, claro está. Ella logró salvar su teléfono gracias a que cuando la tiraron al suelo se lo escondió en el escote, y después mandó un mensaje a un amigo para que les fuera a abrir. Gracias a él lograron salir pronto y convencer a los vecinos de que allí no había pasado nada, así que no, por qué molestar a la fuerza pública, faltaba más.
Vecina anciana: “Pero se llevaron la tele y el dividí, tres muchachos” Norita: “Sí, sí, este…se los prestamos para ver películas”.
(*) Lulú es el mismo apodo falso de aquella amiga mía que arrojaba botellazos de Dr. Lemon y Pronto Bitt a las camionetas conducidas por jóvenes adinerados; después fue a la universidad y ahora es licenciada.
(*) Nora es el nombre falso de la chica protagonista de todas estas aventuras; recientemente me enteré de que se casó con un francés, tuvo un hijo y vive en Europa. Hay vidas cuyos guionistas no descansan nunca.