HOY: La emancipación

(INTERIOR, NOCHE, CASA DE NICO*)

NICO: -(Se arremanga la camisa nueva con gestito sobrador) Cuando te vas a vivir solo, hay tres grandes categorías que cambian de manera drástica: (enumera con los dedos) lo “divertido”, lo “fácil” y lo “peligroso”.

Ahh, la emancipación, esa etapa de la vida tan postergada por la falta de crédito inmobiliario y la extensión de la adolescencia hasta los 45 años; hoy hablaremos de ella. La foto no tiene nada que ver, se emancipó del escrito.

PRIMER MES: LA DESMESURA
Además de llevar invitados todos los días para no comer solo, seres del sexo opuesto para sentir que el precio del alquiler se amortiza con el plus de intimidad, salir todos los sábados y dormir el domingo entero para no angustiarse, durante el primer mes el emancipado comprará víveres de más. Hasta que no supere la vergüenza de pedirle al verdulero un escueto tomate, una magra zanahoria y media lechuga de pobre, se verá obligado a descartar las ¾ partes de la comida que compra.
Acostumbrado al tamaño familiar, puesto a elegir menaje, comprará la olla más grande, sólo para luego darse cuenta que es imposible enjuagarla en la mini piletita escolar de la kitchenette, que el agua de los fideos tarda 40 minutos en hervir y que no hay manera de meter la bendita olla en la alacena, que será exiliada en el lavadero. El emancipado sólo comprará una mediana cuando se harte de preparar sopa en el jarrito de café.  

Familiarizado con un hogar cuya cantidad de integrantes ronda los cuatro, cinco, ocho, preparará alimentos de acuerdo a esa medida. Un rasgo distintivo de su paso por esta etapa es que, invariablemente, generará dosis industriales de arroz. En contrapartida, y sabiendo que la última vez que hizo risotto hubieran comido Juan, Perico, Andrés y otros tres, calculará los fideos con menos abundancia. Inevitablemente, hará de menos.
En sus primeras semanas de vida emancipada, llegará famélico del trabajo y se pondrá a preparar una elaboradísima salsa (aún no ha aprendido que la comida más sabrosa es la que menos tarda en estar lista), imaginándose en ElGourmet.com. Media hora después advertirá que tiene más salsa que tallarines, más hambre que león en verdulería y que el chino de la vuelta ya cerró. 
Si algo se rompe o descompone, el emancipado llamará a la inmobiliaria. La inmobiliaria lo derivará al dueño del departamento. Este le dirá que hable con el encargado del edificio, quien sugerirá, a su vez, llamar a la inmobiliaria. En el transcurso del dime y direte pueden pasar de seis meses a un año, lapso durante el cual no puede bajarse la persiana del living, no anda la cadena del inodoro, hay un tarrito juntando agua que cae de algún lado y el faltante neto de picaportes se incrementa sin pausa.
 
SEGUNDA ETAPA: EL ORGULLO
Aquí, el emancipado ya incorporó ciertos tips que le permiten ahorrar tiempo y esfuerzo doméstico: aplastar las milanesas dentro de una bolsa para que la cocina no parezca el hogar de Jack el Destripador, tender las remeras lavadas en una percha, frizar perejil fresco o cebolla picada, barrer echándole previamente Blem al escobillón, o contratar una empleada en secreto. El orgullo le rebosa por las cinchas y se encarga de mostrar y compartir los trucos con todo visitante. Aquellos que lo frecuentan y han crecido con una madre ausente, problemas familiares o simplemente se han ido a vivir solos desde niños, sienten la tentación de darle al emancipado un terrón de azúcar y acariciarle el testuz murmurando “Buen chico, sabía que lo lograrías, no esperaba menos de ti”, pero se contienen para no herir sus sentimientos. 
 
TERCERA ETAPA: LA TEMPLANZA
Al año de haber salido del nido parental, el emancipado ha atravesado por lo menos una dura prueba de fuego –considerada como rito iniciático del que vive solo- a la que muchos llaman “serie de sucesos desafortunados”. La misma consiste en una concatenación de traspiés, percances e incidentes que deciden amontonarse en el mismo trozo de calendario. Estas pishadas de elefante en combo suelen incluir corte de Internet, asaltos, quedarse encerrado (dentro o fuera del hogar), pelea con la pareja, plagas –cucarachas, pulgas o murciélagos-, endeudamiento imprevisto superior a los 500$, choque de tránsito, inundación/incendio, desaparición o muerte de la mascota, visita sorpresa que viene por un día y se queda quince, conflictos laborales, caída o estallido de la puerta del horno, y más. Una vez que se ha mantenido la cordura después de una semanita que se presentó con estas fachas, el emancipado adquiere un temple indeleble y jura que es capaz de sobrevivir en Vietnam, Irak y Libia en simultáneo. 
Sin embargo, no todo es gloria. Algunos claudican. En noviembre rescinden contrato y se van a San Marcos Sierra con una excusa poco plausible. Nunca los volveremos a ver, y las noticias que nos llegarán de ellos serán difusas o de tercera mano, consistiendo las más de las veces en “los padres lo metieron en una granja”, “empezó Filosofía y dejó, ahora hace un curso de chef, reiki, no sé”, “tuvo una nena”, “engordó/adelgazó”, “está en la onda energética y es vegetariano” o “le cuida el locutorio al cuñado”.

CUARTA ETAPA: LA PLENITUD
Esta etapa arcádica al extremo es culminada drásticamente por el pasaje del emancipado a otra categoría, mucho más difícil, inexplorada y para la cual no hay receta alguna: el papi primerizo.  


(*) Nico es el nombre falso del amigo que cuando nos juntamos a cenar y me ve de plataformas, jopo y vestido pregunta qué hago tan producida un jueves y se ríe si le digo “ahh, ensayo para el sábado”.