HOY: El Dragón Violeta con un Regalo

(EXTERIOR, NOCHE, AVENIDA SAN MARTÍN)

JOVEN ANÓNIMO Y PETULANTE: -¡Hola, hermosas!
ANDREA* y YO: -(…)
J.A.Y P.: -Ustedes no, ¡las baldosas!





Siempre que salimos con mi amiga Andrea estamos sin un peso. A veces atinamos a compartir un pancho con lluvia de papas, a veces debemos renunciar a ellas porque sin los 0,25$ que cuestan no podemos pagar el bondi de vuelta, a veces debemos obviar el pancho y contentarnos con bizcochitos Don Satur; a veces…bueno, a veces no nos contentamos.
Andrea es de esas personas con las que siempre la pasás bien y te reís mucho, aunque no estés borracho ni nada, aunque se haya cancelado la fiesta a la que ibas o aunque en la que estuvieras la cancelase la policía.
Con Andrea suelen ocurrirnos cosas raras, como la noche que bautizamos a un chicle (Raúl*) en un charco, o cuando peleamos por una prepizza tibia contra un horno rebelde armadas con una escoba y dos cucharas, o cuando conocimos al Obsequioso Dragón Violeta que motivó estas líneas. Yo seriamente pensé que era –como le pasaba a Joan Miró- producto de alucinaciones provocadas por el hambre, pero no, porque Andrea había cenado un sanguchito de traviata con una feta de salchichón primavera y un té, y esta cronista se había tomado un plato de fideítos munición con medio caldo en cubo. Le sacamos fotos para ver si era cierto, pensando que la cámara podría distinguir entre un espejismo y un dragón real. Pues bien, hemos descubierto que la cámara es un artilugio con muchas mañas y nunca se sabe si dice la verdad.

Todo empezó porque quisimos ir a una tal “Fiesta Crónica del Tomate”. El nombre y el emplazamiento del festejo debieron disuadirnos, pero no somos fáciles de convencer, no. Como hacía frío íbamos encapuchadas y de negro, mirábamos al piso, la puerta de entrada a la fiesta del Tomate nos dio acidez y decidimos saltearnos la salsa; se ve que esa noche nos graduamos de amargas. Al menos eso nos dieron a entender los comentarios de los paseantes. Para evitarlos dimos la vuelta a la manzana y así hallamos a la imagen dichosa, con la que nos retratamos cual pequeñajo junto a Barney en el Tren de la Alegría. Sólo que sin tren, porque a esa hora ya no pasa. Y sin alegría, porque estábamos de negro y hacía frío.

Habiéndonos llenado de felicidad y dando un lento rodeo, retornamos a la avenida, sólo para oír a unos impertinentes que nos decían cosas como “Hermosa… vos no, la baldosa!” y “Qué linda…la del medio”. Con semejantes desparpajos, el Dragón Obsequioso se veía mucho más atrayente, sobre todo porque tenía la admirable cualidad de ser mudo; el comando MUTE es un accesorio con el cual varios hombres deberían nacer.



(*) Andrea se llama Andrea y no le quise cambiar el nombre porque de eso ya se encargaron los inoperantes del Registro Civil cuando tramitó su DNI.

(*) Raúl no puede demandarme porque es un chicle adherido en la suela de mi sandalia izquierda, así que me desquité con él poniendo su nombre verdadero. Raúl, ¡quedaste pegado!

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