(EXTERIOR, MEDIODÍA SANCOCHANTE, UNA RUTA DEL DESIERTO)
YO: -(Deambula por la banquina sin nada que hacer, mirando el colectivo varado y notando que alguien está usando el WC de la unidad, por el líquido que gotea en el asfalto. Ve al chofer manipulando con el tanque de combustible y se le acerca por puro aburrimiento) Y, ¿se arregla?
CHOFER: -No, no agarra, ves, le entra aire al tubo *palabrotas diversas* y entonces no enciende el motor.
Y: -(Habla por hablar) ¿Será por el gasoil?
CH: -(Indignado) ¡Pfff! ¡Si al menos FUESE GASOIL esto que le cargam…(Se interrumpe y cautamente prefiere callar antes que revelarle a una de sus pasajeras que la fórmula del “gasoil” se compone en sus tres cuartas partes de agua y kerosén.)
En los comentarios al prólogo de esta aventura, hubo algunas dudas sobre el número de integrantes que la compusimos. No está mal recordar que en toda gran odisea sucede lo mismo: ¿cuántos griegos asolaron Troya? ¿eran once mil las Once Mil Doncellas de Santa Úrsula? ¿o eran once, a secas? Todo dato confuso contribuye al mito, le da un sabor épico a nuestra gesta y la cubre con el vidrio polarizado de lo legendario. Sólo diré que, de todos nuestros compañeros, Marianela* decidió no ir y Beto* tampoco. Y no fue por el tema económico. Creo que nunca en la historia de nuestro colegio hubo un viaje más rasca que este. Yendo a Bariló en categoría “liberados” hubiéramos pagado el triple, aunque sea comprando chocolates para conquistar a algún coordinador ojiceleste. Violeta* no partió en el Gallardo Comfort Bus, tuvo un compromiso familiar que requería su presencia en la capital, así que prometió alcanzarnos cuanto antes viajando en un micro de línea. Y nos pasó, claro.
Carola*, la más comunista de la comunidad, me había pedido prestado Todos los fuegos el fuego hacía unos meses. Durante el plantón rutero bajo la artillería del sol cuyano no paró de hallar similitudes entre nuestra situación y La Autopista del Sur. Sólo que nosotros no estábamos en París, ni había autos, ni llovía. Ni llovería.
La fuente de agua más cercana quedaba a diez kilómetros. Un par de muchachos rústicos y desconocidos con quienes compartíamos el charter para dividir gastos, fueron a por ella. De más está decir que no llegaron. Ya se sospechaba que el líquido elemental no sería de su devoción, porque venían armando cocktails de fernet “Milán” con Pritty Cola desde las diez de la mañana, y convidándoselos al chofer en la base recortada de una botella plástica. Muy popular y autóctono todo, como el tetrabrick de “Mar de Arenas” del que no me despegué en toda la siesta, por más que estuviera caliente, con restos de azúcar de caña y olor a vinagre. Es que no me quería deshidratar. De todas formas convengo en que “Mar de arenas” es un nombre negativamente sugestivo para un vino con pinta de rasposo; estando en un desierto ni les cuento. Como no le sacamos fotos y resulta imposible hallarlo de nuevo, les ofrezco aquel “Manojo de uvas”, el reemplazo impecable.
En un momento apareció un joven imberbe, junto a un perro collie de puro pedigree. Nuestro hombre del grupo gritó esperanzado que venía Lassie a rescatarnos, pero no; era el jefe de los cerdos que habíamos mirado con hambre hacía rato. La clásica travesía de tres horas, a Gallardo le demandó salir a las ocho de la mañana y llegar a medianoche. En ese instante exacto nos dejó frente a la solitaria cabaña que calculábamos copada por vagos, a metros del río. (…) Años después, en un test de Posmopolitan* pícaramente llamado “¿Te gusta la aventura?”, a Lara* y a mí nos salió que deberíamos ser más arriesgadas y osar, por ejemplo, hacer dedo a la salida de un boliche veraniego en la costa atlántica. (Suspira)
El relato de cómo terminamos tomando gasoil de una manguera, el de cómo arreglé un inodoro rompiendo un mosquitero, el de la existencialista caminata hacia la Nada, el de cuando en pleno viaje a la audaz velocidad de 60 km/h se voló parte de la carrocería, el de las algas como ropa, el del jugo navegante, el de los artezánganos pedigüeños y el de cuando la amenazante Lulú* correteó a botellazos a unos chetos que nos tocaron bocina desde su 4x4, quedan para la próxima.
Carola*, la más comunista de la comunidad, me había pedido prestado Todos los fuegos el fuego hacía unos meses. Durante el plantón rutero bajo la artillería del sol cuyano no paró de hallar similitudes entre nuestra situación y La Autopista del Sur. Sólo que nosotros no estábamos en París, ni había autos, ni llovía. Ni llovería.
La fuente de agua más cercana quedaba a diez kilómetros. Un par de muchachos rústicos y desconocidos con quienes compartíamos el charter para dividir gastos, fueron a por ella. De más está decir que no llegaron. Ya se sospechaba que el líquido elemental no sería de su devoción, porque venían armando cocktails de fernet “Milán” con Pritty Cola desde las diez de la mañana, y convidándoselos al chofer en la base recortada de una botella plástica. Muy popular y autóctono todo, como el tetrabrick de “Mar de Arenas” del que no me despegué en toda la siesta, por más que estuviera caliente, con restos de azúcar de caña y olor a vinagre. Es que no me quería deshidratar. De todas formas convengo en que “Mar de arenas” es un nombre negativamente sugestivo para un vino con pinta de rasposo; estando en un desierto ni les cuento. Como no le sacamos fotos y resulta imposible hallarlo de nuevo, les ofrezco aquel “Manojo de uvas”, el reemplazo impecable.
En un momento apareció un joven imberbe, junto a un perro collie de puro pedigree. Nuestro hombre del grupo gritó esperanzado que venía Lassie a rescatarnos, pero no; era el jefe de los cerdos que habíamos mirado con hambre hacía rato. La clásica travesía de tres horas, a Gallardo le demandó salir a las ocho de la mañana y llegar a medianoche. En ese instante exacto nos dejó frente a la solitaria cabaña que calculábamos copada por vagos, a metros del río. (…) Años después, en un test de Posmopolitan* pícaramente llamado “¿Te gusta la aventura?”, a Lara* y a mí nos salió que deberíamos ser más arriesgadas y osar, por ejemplo, hacer dedo a la salida de un boliche veraniego en la costa atlántica. (Suspira)
El relato de cómo terminamos tomando gasoil de una manguera, el de cómo arreglé un inodoro rompiendo un mosquitero, el de la existencialista caminata hacia la Nada, el de cuando en pleno viaje a la audaz velocidad de 60 km/h se voló parte de la carrocería, el de las algas como ropa, el del jugo navegante, el de los artezánganos pedigüeños y el de cuando la amenazante Lulú* correteó a botellazos a unos chetos que nos tocaron bocina desde su 4x4, quedan para la próxima.
(*) Marianela no es la verdadera identidad de esta persona; me está cansando aclararlo siempre.
(*) Beto en realidad tiene un lindo nombre y no se apoda así porque cuando nació, su hermana me contó que alguien con muy buen tino dijo que ya basta con la costumbre de ponerle Gualberto a los varones de la familia. Pero al final se lo puse yo acá, para salvaguardar la Tradición y contar otra anécdota curiosa con esto de los nombres. Ojalá que nunca se entere porque me mata.
(*) Violeta es el nombre falso que digo que es práctico porque reemplaza nombres verdaderos de flores y también de colores.
(*) Carola tiene un nombre mucho menos aristocrático que este, creo que lo elegí para molestar a su conciencia de clase.
(*) Posmopolitan es un nombre falso que describe a la perfección la real idiosincrasia de cierta revista femenina.
(*) Lara es el cambio de un apodo verdadero, que nunca supe de dónde salió.
(*) Lulú no se llama así, pero tiene los rulos del personaje epónimo.
(*) Posmopolitan es un nombre falso que describe a la perfección la real idiosincrasia de cierta revista femenina.
(*) Lara es el cambio de un apodo verdadero, que nunca supe de dónde salió.
(*) Lulú no se llama así, pero tiene los rulos del personaje epónimo.
8 comentarios:
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ya! pero ya! me mando al super por la foto del "Mar de arenas"
te la debo!
hay tantas cosas que no me acordaba del viaje...
lástima que las cámaras digitales eran cosa de película..
puedo agregar que cada vez que abriamos la canilla, nos salia el amazonas con tarzán incluido en forma de algas... asi hasta que desagotaba todo y al final se podia tomar...
¡y como olvidarnos de las papas fritas freídas a las brasas!
2 horas 40 nos tomó siquiera dorarlas!!!
el aceite al sol ese dia en la ruta hubiese sido más efectivo!!!
Sí, las algas las agarramos en el tanque con Heidi, las sacamos con un palo y parecía que estábamos lavando sábanas verdes; en realidad me hizo acordar a cuando teñís ropa, que la tenés que andar revolviendo como si fuera polenta, sólo que eso eran algas.. con vetas marrones y burbujas, tipo escenografía de pantano de Scooby Doo.
Nota privada: Supongo que tu silencio acerca del asterisco es un "ok" tácito.
De todas formas le quité la brusquedad original que pudo haber tenido. Saludos,
una presecuta.
Robinson Crusoe... un puro aprendiz a vuestro lado.
Reconforta saber, sin esperar al final del relato, que sobrevivisteis a esta horrible road movie...
Eso es un viaje inciático a la vida adulta... lo demás... pamplinas!
Road movie... con tantos cerdos y el gitaneo de Gallardo, se asemejó más a una de Kusturica, jaja!
Todo muy bien, pero a mi no me vengas a decir que el chofer que le entraba al toxi-fernet ese, no se las quiso garchar???, entiendo que quizas no quieras contar todo, o, es que tal vez la existencial caminata hacia la nada fue para borrar el recuerdo a Fernet rancio, que les había dejado el fercho?
Muy coqueto y agradable blog
Saludos
Tito.-
Mirá, Tito, eso no sucedió; pasa que vos no conociste a ninguna de nosotras en esa época. No éramos lo que se dice "jóvenes atractivas" según la concepción clásica del término; a mí me apodaban Ladrona, y hacia diciembre, que me corté el pelo, mutó a Pibe-chorro. El sobrenombre de mi amiga cacta en aquellos tiempos es ya, llanamente, irreproducible.
(...)
Aparentemente hubo un intento de affaire entre el copiloto del chofer (hijo de Gallardo) y una acompañante de los muchachos rústicos y desconocidos con quienes compartimos el viaje. (¿¡Te acordás, cacta!?) La señorita en cuestión se llamaba Laura, y podría jurar que no pasó nunca una hora sin que le cantaran "Laura se te ve la tanga", que era por entonces el hit de Pablo Lescano en Damas Gratis.
(...)
De todas formas, la sola idea de que Gallardo pudiera desparramar su simiente por el mundo daba miedito. Otra que Alien II.
Gracias por los cumplidos, compañero.
.
momentito!!! que a mi nadie me quiso tocar un pelo no solo por la mugre que teniamos encima, sino que porque el unico acompañante varón que iba, era mi novio en ese momento!
carambas!! un golpe a la autoestima, che!
a veces no sabia si sentirme bien... o mal... de haber sido la única a la que un artezángano no le regaló una flor de alambritos acompañada de la frase "Tomá... para qui la reguís todas las mañanas con una sonrrrrisa"
Jaja! yo no sabía si divulgarlo o no, creo que ahora tengo luz verde.
¿El golpe a la autoestima dónde entra?
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